¿TIENE
FUTURO LA ESCUELA DOMINICAL?
Tremenda pregunta, triste pregunta,
quizás muy cercana a la herejía para algunos; pero es un tópico que se acerca a
pasos agigantados. Aunque nos cueste creerlo, pronto tendremos el tema instalado
en nuestras asambleas, reuniones de directorio y planificaciones anuales. El
tema del artículo no se refiere al ministerio de educación cristiana en la
iglesia o la tarea de discipulado en cada congregación, menos aún los ministerios desarrollados por instituciones
de la iglesia local, sino a la trascendencia real e impacto ministerial que
puede tener la escuela dominical en los próximos años.
Un poco
de historia.
El profesor Hayward Armstrong
menciona en su libro: Bases para la
Educación Cristiana (Casa Bautista, 1988) que la escuela dominical
surgió en un momento histórico en que la educación cristiana y la educación
secular comenzaban a separarse. Hasta mediados del siglo XVIII la iglesia había
tenido influencia en la educación total, condición que se perdió por diversos
motivos. Fruto de la separación fue que la iglesia mantuvo solo el control
sobre la educación religiosa de sus miembros, dejando la enseñanza secular de
la sociedad en manos del estado.
El concepto de Escuela Dominical
rastrea su origen hasta Inglaterra, aproximadamente en el año 1780. Ese año un
periodista inglés llamado Robert Raikes comenzó a ofrecer clases dominicales a
los niños de la calle. Eran niños que trabajaban en las fábricas, que solo
tenían el domingo libre y vivían al borde de la delincuencia. Pronto la idea
tomó fuerza y en 1785 se organizó la primera organización que promovía el
estudio dominical. Los propósitos originales eran: “Prevenir el vicio, animar
la industria y las virtudes, dispersar la obscuridad de la ignorancia, difundir
la luz del conocimiento y ayudar al hombre a entender su lugar social en el
mundo”. Se deduce de estos propósitos que era una actividad para ilustrar a los
pobres y mantenerlos en su nivel social. Desde Inglaterra el movimiento llegó a
los Estados Unidos y desde allí a nuestro continente.
La escuela dominical llegó a nuestro
país de la mano del movimiento misionero, prácticamente desde que comenzó el
trabajo de la Alianza en nuestro país. La razón de este trasplante cultural se
debió al hecho de que era el único sistema educacional religioso que conocían.
Rápidamente se transformó en un elemento fundamental para nuestra iglesia. La
escuela dominical se instaló como un elemento de gran influencia en la
formación de la identidad evangélica aliancista en Chile. Los más antiguos de
la Alianza recordarán los materiales para adultos preparados cada mes por el
misionero Guido Bucher y enviados a cada iglesia. Quizás habrá algún memorioso
que recuerde la librería Buenas Nuevas en calle Rodríguez o a la misionera Ruth
Shover viajando en tren con las pesadas maletas llenas de materiales.
Una
mirada a la realidad.
Hoy la escuela dominical goza de
buena salud. Ha vivido buenos años y ha llegado a ser una institución
respetable, organizada y seria. Es parte de la iglesia nacional y normalmente
tiene presencia en el directorio de la iglesia desde donde puede incluir su
actividad en el plan anual de trabajo. Cuenta con materiales y apoyo humano,
desde el Departamento Nacional de Educación Cristiana. Todo marcha con
normalidad y a un ritmo tranquilo. Las clases y los maestros desarrollan su
tarea. Los niños y niñas asisten a sus clases y los maestros preparan su
material cada semana con estudio serio y oración constante.
Sin embargo, algo parece que está por
suceder. No necesariamente dentro de la iglesia sino dentro del país. Ese país
que rodea a la iglesia y con el que en ocasiones tenemos poco diálogo. El
diario El Mercurio, (C-5) publica en su edición del 11 de julio, una nota que
recoge una declaración del ministro de educación Harald Beyer. El ministro
dijo: “Por baja natalidad, la matrícula escolar caerá en 300 mil niños al
2020”. La nota analiza la disminución de
alumnos que hay en Chile.
El Mercurio hace notar que este año
hay 3 millones 527 mil niños en el sistema escolar chileno, un 3,1% menos que
en el 2011. Para el ministerio de educación chileno una de las razones de esto
es la baja en la tasa de fertilidad que experimenta nuestro país. Desde el año
2011 hemos sufrido una disminución de 1,3% en la matrícula nacional. Hay 47.800
alumnos menos en el sistema. Si la tendencia continúa así, la consecuencia será
que para el 2020 habrá más establecimientos de los necesarios. Debido a que la
tasa de fertilidad chilena es 1,9 niño por mujer, la más baja en nuestro
continente, para el año 2050 la población chilena pasará de 17 millones a 20
millones. En ese período nuestros vecinos crecerán más. Perú crecerá de 29 a 39
millones, Bolivia de 10 a 17 millones y Argentina de 40 millones a 57 millones.
¿Influirá
esta realidad en la iglesia?
Algunas iglesias de la Alianza
Cristiana y Misionera ya se han dado cuenta de la disminución en la población
infantil. A pesar de sus esfuerzos han descubierto que están ubicadas en
barrios, poblaciones y sectores en los que no hay niños. Sus escuelas
dominicales están formadas solo por los hijos de los miembros y asistentes a la
iglesia. Otras iglesias tienen una buena asistencia y miran estos datos con
cierta sospecha y duda, quizás sin ver el origen de la matrícula (el mismo que
en el caso anterior). Sólo se sostienen por un mayor número de miembros. Lo que
sucede es que en ocasiones, cuando los datos contradicen nuestra creencia
intentamos obviarlos. El error es ver a la escuela dominical como institución y
tender a defenderla sin analizar la futura relevancia de ella. Hacer algo así
sería un error metodológico grave, sobre todo porque estamos hablando de
cambios nacionales en un período de tiempo menor a 10 años. Debemos considerar
como va a influir en la escuela dominical la decreciente tasa de fertilidad
nacional además del stress al que se somete al estudiante chileno con una gran
carga de actividades semanales.
¿Tiene
futuro la Escuela Dominical?
Esta pregunta es totalmente válida,
porque no pone en duda la existencia de la institución, sino su relevancia
cultural y su estructura ministerial. La pregunta no es: ¿existirá la escuela
dominical?, sino ¿cómo será su funcionamiento? ¿Podrá reinventarse o ya se ha
estructurado demasiado?
La escuela dominical tiene futuro;
pero su futuro va a estar asociado íntimamente, al futuro del país. En los
próximos años la población chilena va a seguir creciendo; pero a expensas de la
inmigración. Pronto los niños de nuestras escuelas dominicales serán hijos de
los inmigrantes. Eso nos lleva a desafiar a la iglesia a mirar el problema de
la inmigración como oportunidad y no como amenaza a la nacionalidad.
La escuela dominical tiene futuro;
pero su futuro va a estar en relación con la permanencia de la familia y el
ropaje que esta tome en los próximos años. La iglesia va a tener que trabajar
con familias no tradicionales y considerar que los niños que asistan no vendrán
de familias del siglo XX, sino que de hogares constituidos bajo otro marco
social.
La escuela dominical tiene futuro;
pero un futuro que dependerá de la existencia del matrimonio como opción de
vida y la maternidad como rol de género. Mientras no haya una voz cristiana
clara que enaltezca a la mujer como creación de Dios con una dignidad propia de
su femineidad, vamos a seguir escuchando (y muchas veces creyendo) el mensaje
de un feminismo de competividad que busca negar la diferencia y transformar a
la mujer en hombre. Ese menosprecio de la mujer está en el corazón de la crisis
de natalidad de este país. Si la iglesia no enfrenta el problema del
matrimonio, verá lentamente alejarse las opciones de ser una voz trascendente
para el país del siglo XXI.
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